¿DE DÓNDE HE SALIDO?

¿Qué pasa cuando juntas a un navarro con una caballa?

 

Pues, a parte de tener que hacer muchos kilómetros durante el resto de tu vida, te sale El Caballa de Pamplona, un chaval que no es de aquí ni de allí, pero que siente que pertenece a las dos tierras. Te sale alguien gracioso, apuesto y romántico. Mal hablado, pero con buena intención. Te sale alguien que no puede dejar de buscar, que a veces de bueno es tonto, pero que no le tiene miedo a aprender, aunque sea a palos, como los burros. Alguien que cree en el amor, a pesar de no dejar de tropezarse en su busca, porque lo ha visto de primera mano desde que era pequeño.

He nacido y crecido en Pamplona, pero al mismo tiempo, he pasado buena parte de mi vida en Ceuta, por lo que tengo un poquito de ambos lugares, pero sin terminar de ser de ninguno de los dos realmente, eso hace que viva en la busqueda constante de un hogar, de mi sitio. Una búsqueda que no termina, pero mientras tanto, la música es mi hotel de cinco estrellas.

Componer es mi terapia, es mi forma de decir lo que no tengo fuerzas para expresar de otra manera. Cuando canto la verdad toma las riendas y aunque me tiemblen las piernas y se me forme un nudo en la garganta, la música me arrastra como la resaca del mar, se abre la caja de pandora y levanto la carga de mis hombros, reposándola sobre las canciones, a veces cargadas de esperanza y otras teñidas de resignación, pero siempre con sinceridad.

Peninsula1 caballa pamplona musica

Pamplona

Capital navarra y lugar de mi nacimiento el 13 de marzo de 1997. Allí crecí, a excepción de las vacaciones, que las pasábamos, en su mayor parte, en Ceuta con mi familia por parte materna. Por lo tanto, podríamos decir que no soy ni del norte ni del sur, más bien me siento cosmopolita.

Durante mis años tempranos vivíamos al lado del estadio del Osasuna: el Sadar. Incluso tuve el honor de salir en la portada de la revista que entregaban antes de los partidos con los 3 años recién cumplidos. Sin embargo, la proximidad al estadio no hizo que se me pegara la afición por el fútbol. Se ve que del roce no siempre nace el cariño.

Era un niño disperso y con mucha imaginación, “vive en su mundo” decían mis profesores, alguno aún lo dice. Nunca tuve pasión por las mismas cosas que mis compañeros, no me gustaba el fútbol, ni verlo ni jugarlo. Imagino que porque me ponían de portero y ,como me aburría, me iba a “mi mundo” a jugar solo, inevitablemente me acababan metiendo gol y yo sin enterarme.

Siendo aún un niño nos mudamos a Mutilva, un pueblo colindante con Pamplona, donde conocí a quien no tengo miedo en llamar mi mejor amigo y gran incitador de mi gusto musical, incluso acabamos formando un grupo de música con otro amigo de Mutilva en nuestros años de adolescencia. Me enseñaba canciones de Dio, Deep Purple, Metallica, AC/DC, Iron Maiden e infinidad de grupos más.

En esta época comencé a salir en Sanfermines con mis amigos, y asistí a mi primer concierto de rock en directo. Fue un tributo de AC/DC en la plaza de los fueros. No había mucha gente, pero eso nos permitió ponernos en primera fila. Me sentí fascinado por la conexión que se crea entre el artista y el público, especialmente estando tan cerca.

Desde ese día no podía quitarme de la cabeza cómo tiene que sentirse uno en un escenario escuchando a la gente gritando tu música, lo que es que la gente conecte con tu música. Me obsesioné con ver conciertos en directo de todos mis grupos favoritos.

Culpa de Luis fue que entrara en la carrera de Comunicación Audiovisual en la Universidad de Navarra, como poco ejerció como agente instigador. Él tiene dos años más, pero las cosas del destino nos pusieron en el mismo año lectivo. Yo estaba por elegir mi carrera universitaria y el estaba dejando la suya por ser infumable, mi pasado en el bachiller de ciencias técnicas me empujaba a alguna ingeniería (que no me despertaban interés alguno, ¿pero qué otra opción tenía?). Justo el día que yo tenía la jornada de puertas abiertas de la que tenía intención de que acabara siendo mi carrera, Luis me pidió que le acompañara a la jornada de puertas abiertas de Comunicación Audiovisual. Mi plan era acompañarle hasta que diera la hora de ir a la mía, pero me quedé prendido del mundo audiovisual, siempre he sido un amante del cine, llegando a ver las películas de Indiana Jones en VHS en bucle, rebobinando la película nada más acabar a muy temprana edad (o eso dice mi madre, yo no me acuerdo). Sin embargo, hasta ese día no me di cuenta verdaderamente de la magnitud de mi pasión por contar historias, recordando los recreos en los que expandía “mi mundo” al resto de mis amigos y me inventaba historias y personajes para que jugáramos todos, cuando me juntaba con mis primos (más pequeños que yo todos) y en los momentos de tedioso aburrimiento proponía hacer “una película” para la que hacíamos un guión, planificábamos las tomas y en las que actuábamos todos. Así hacía también con un muy buen amigo mío de la infancia y cómo no, con mi amigo Luis. Junto con otro chico de la misma calle pasábamos los veranos ingeniando y grabando las historias más extravagantes. Benditos mis padres, hicieron el esfuerzo de pagarme los estudios (no es moco de pavo, siendo una universidad privada).

¡Viva, gora!

A poco de comenzar el primer año de carrera, nuestro grupo de música se desmoronaba. Ensayábamos en casa de Luis, ya que era el batería, pero eso a uno de sus vecinos no le gustaba, así que tuvimos que cortar el grifo de lo artístico. Cosas que tiene la vida, esa misma semana apareció la Tuna de Medicina de Pamplona en clase y, obviamente, siendo como soy escuché “música y viajar gratis” y no lo dudé dos segundos. Lo tomé como una señal del destino: sale un grupo musical de mi vida y entra otro.

La tuna me ha dado muchas  herramientas, tanto musicales como sociales. Me ha ayudado a conocer a muchísima gente, a aprender a fijarme en lo que la gente tiene para enseñar y a mirar con otros ojos hasta las canciones que he tocado un millar de veces, siempre llega alguien que te enseña algo nuevo, una perspectiva diferente, un arreglo diferente y todo eso lo he integrado a mi vida y a mi música, a pesar de no tener ni idea de teoría musical. La tuna también me enseñó a ampliar mi horizonte musical, hasta entonces solo escuchaba música en inglés. Siendo un adolescente metalero, tenía un concepto muy alienante sobre el resto de la música, incluso despreciaba otros estilos sin darles una oportunidad.

La Tuna de Medicina de Pamplona cantando en la boda de uno de sus integrantes, Hermafrodita (de mote) el 17 de junio de 2023.
De izda. a dcha. – Esteso, Manolas, Penoso, Patroclo, Zara Jr., Hermafrodita (el novio), Simio, Kurko. Raphaela (la novia), Calcuta (yo, tímido tras la guitarra).

Ceuta

Tierra natal de mi madre y donde he pasado la mayoría de mis vacaciones a lo largo de mi vida, siendo más mayor, incluso cuando no eran vacaciones, ya que el año que empecé a estudiar en la universidad, tanto mis padres como mi hermana se mudaron a la perla del Mediterráneo. Mi madre decía que quería volver a su Ceuta, pero yo sospecho que cuando se enteraron de que iba a estudiar en casa, en vez de irme a otra ciudad, decidieron mudarse lejos para aguantarme menos.

A pesar del pensamiento general, es una ciudad muy española (la única que ha decidido serlo vía referéndum, de hecho) y en especial muy andaluza, habiendo sido provincia de Cadiz hasta 1977 cuando la autonomía andaluza la dejó fuera, junto con Melilla. Todo eso ejerce influencia sobre las costumbres, entre las que inevitablemente se encuentra la música, con las sevillanas en feria – que aprendí a bailar una noche y acabé olvidando a fuerza de rebujitos la misma noche- y el pasodoble de Cadiz en carnaval.

En feria no solo se escuchan sevillanas, obviamente, es muy importante la música flamenca en todas sus variantes imaginables, a un volumen inhumano, sonando en todas las casetas, incluso a la hora de cenar. Es muy difícil pedirle a tu primo que te pase el pulpo con mahonesa escuchando a El Arrebato a todo trapo gritándote en la oreja. También es parte importante de la feria la procesión de la Virgen de África, Patrona de la Ciudad y motivo de la misma. En la procesión escuchamos las marchas procesionales, también muy importantes durante la Semana Santa, que asimismo, goza de mucho peso cultural en Ceuta.

Cuando mis padres se mudaron a Ceuta, mi padre decidió apuntarse a una chirigota, una agrupación musical típica del carnaval gaditano que canta mayoritariamente canciones humorísticas -muchas, pero no limitadas a sátira, especialmente de carácter político-.

Como no podía ser de otra manera, yo le seguí de cabeza, lo que tiene apuntarse hasta a un bombardeo, sobre todo si hay música de por medio.

De todas formas, yo nunca me habría adentrado tanto en el panorama de la música andaluza si no llega a ser por mi hermana, mucho más involucrada en la cultura ceutí que en la navarra desde temprana edad. Ella me abrió la puerta a un mundo musical diferente y he acabado aprendiéndome multitud de canciones que ella me había enseñado. Recuerdo vivamente la primera “Todos los besos” de los Rebujitos, pero la versión que tienen con la comparsa de Tarifa, no la cosa cani que hicieron antes. Fue, además, mi primer toma de contacto con el pasodoble de estilo carnavalero. A esta le siguieron muchas otras, de las que siempre hablábamos de cantar juntos, pero que nunca llegamos a preparar de verdad.

Papá y Mamá

Sin ningún tipo de duda, los responsables indiscutibles de mi obsesión con la música son mis padres, que siempre la han tenido muy presente en nuestras vidas, siendo ambos ávidos apasionados. Cómo olvidar los largos viajes en coche desde Pamplona hasta Ceuta escuchando a Luis Miguel, a El último de la fila o a The Temper Trap. Los ratos desde casa hasta el cole escuchando High School Musical. Las largas tardes de hacer “películas” de stop motion en el ático escuchando sus vinilos.

Y hablando de Ceuta y Pamplona, es imperativo hablar de cómo se juntaron un navarrico con una caballa. Es una historia, cuanto menos, curiosa. Mi padre, como otros tantos jovenzuelos de su época, hizo la mili en Ceuta y, a pesar de haber concidido con casi toda seguridad por frecuentar los mismos bares y discotecas, no se conocieron en ese momento. Según mi padre, entonces no miraba a ninguna chica por tener novia (una gallega con la que no duró mucho más tiempo).

Mi madre ya había tenido varas experiencias accidentadas en el amor y no andaba con ganas de volver a probar. Por aquel entonces tenía una íntima amiga (la llamaremos Celestina) a la que había conocido por hacerse novia de un exnovio de mi madre con el que aún compartía amistades después de cortar. De sus malas experiencias compartidas con este muchacho nació su amistad.

El caso es que esta amiga se hizo novia de un chaval de Pamplona (lo llamaremos Celestino) que trabajaba como periodista en un una radio ceutí.

En casi dos años en los que fueron novios él estuvo en varios medios, pero le pareció que tenía que ampliar horizontes y se marchó a Madrid a buscar trabajo. Celestina, que se había quedado triste y sola (como Fonseca), le pidió que la llevara a Sangüesa, el pueblo de Celestino, donde él estába pasando unos días. Mi madre, la chofer oficial, puso rumbo norte.

En Sangüesa hacía mucho frío para las africanas, a pesar de lo cual encontraron todo muy bonito y nuevo para ellas, aunque mi madre acababa de salir de una relación muy tóxica que la había dejado devastada y no disfrutaba con la plenitud que le habría gustado.

La segunda noche, claro, salían de bares con los amigos de Celestino. Aparecieron dos chavales que venían de pasar el día esquiando en Andorra, eran primos y de la cuadrilla del novio de toda la vida. Uno de ellos se acercó a mi madre y le preguntó “¿Tú también eres de Ceuta? Yo hice la mili allí”. Mi madre, que estaba harta de que le hablase mal de su tierra gente que había estado allí de paso, le miró con desconfianza y le preguntó con recelo “¿Y qué tal?…” esperando una mala respuesta y preparada, navaja en mano (figurativamente), para saltarle al cuello. La respuesta de mi padre fue un contundente y cito textualmente: “¡Yo me lo pasé de Puta Madre!”.

A partir de ese momento empezaron a conocerse, mi padre le resultó muy divertido y amable. Le llamó la atención su sentido del humor, su inteligencia y su respeto. Y yo hago lo que puedo para seguir su modelo. Decidieron volverse a ver para Año Nuevo y hasta hoy llevan treinta años juntos, después de dos años de noviazgo itinerante, de encuentros en Pamplona, en Estepona y de poner el cuartel general a medio camino en tierras manchegas para poder verse cada 15 días, como mucho; después de casarse, veinte años  vivieron en Pamplona y los 8 últimos en Ceuta, compartiendo siempre amor y a los dos maravillosos hijos (uno más maravilloso que la otra) que nacimos de ese amor.

Mi padre, a pesar de no tener mucha formación musical formal, aprendió a tocar de forma autoidacta, la guitarra y el acordeón, el cual sigue tocando en la chirigota. Me introdujo a los grupos de su juventud como The Cure, U2, o The Smiths.

Mi madre es pianista de conservatorio y amante de la música clásica a la que no consiguió que me aficionara hasta muy recientemente. Ella siempre quiso que mi hermana y yo aprendiéramos a tocar un instrumento, lo que no se esperaba era que fuera a ser tan complicado.

Empezamos los dos con el violín, del que me acabé cansando rápidamente. Más tarde nos apuntó a una escuela de música, donde empecé a aprender la guitarra, pero lo dejé en menos de dos años porque eso de ensayar me daba alergia. A pesar de los imprevistos, ella no perdía la esperanza y me apunté a clarinete, este me duró más tiempo, pero pasaban los años y a pesar de estudiar más, nunca llegué a cogerle el gusto, era más una obligación que una pasión (a pesar de que empezara a descubrir el rock con mi amigo Luis). Yo prefería quedar con mis amigos y echar la tarde en un banco comiendo patatas.

Sin embargo, algo curioso pasó. Después de muchos años de pelearse con nosotros, mi madre desistió en el intento de hacer que disfrutáramos de tocar música. Ese mismo verano, podéis llamarme rebelde, me picó el gusanillo de aprender a tocar la guitarra, siguiendo la batuta del gusanillo del rock. Desempolvé la vieja guitarra con la que empecé a “aprender” a tocar años atrás y busqué en YouTube un tutorial para una de mis canciones favoritas del momento: “Fear of the dark” de Iron Maiden. Cualquiera que conozca la canción sabrá que no es precisamente la canción con la que quieres empezar a aprender un instrumento que ni siquiera sabes afinar aún, pero lo importante es la intención. Había encontrado lo que me había faltado durante todos esos años: la pasión por tocar.

A base de aporrear la guitarra comencé a aprender y a buscar mis propios sonidos y a encontrar satisfacción haciéndolo. Unido a mi recién adquirida obsesión por la música en vivo y en poder actuar delante de gente algún día, di mis primeros pasos en el mundo de la composición, en inglés. Puede parecer sorprendente, pero tiene sentido, teniendo en cuenta que el 99% de la música que consumía por aquel entonces era rock y metal en inglés. Otra de las razones fue que no quería que la gente entendiera de qué trataban mis letras. Desde el principio he valorado más qué es lo que dice una canción que cómo suena, aún siendo obvio que no importa lo buena que sea la letra de una canción si la música no la acompaña. Desde la primera canción que escribí las letras hablaban de cosas importantes para mi, pensamientos, preocupaciones, ilusiones y no quería compartirlas con nadie, era un proceso prácticamente terapéutico. Irónico, querer que la letra sea lo más importante y al mismo tiempo intentar ocultar su significado a los demás por el miedo a mostrarme vulnerable.